El acoso escolar se produce en el entorno docente, pero desde casa las familias pueden ayudar a prevenir y solventar estas situaciones, tanto si el menor es el acosado como si es el acosador. Esta problemática se puede combatir empleando el diálogo y técnicas sencillas que refuercen la autoestima y empatía de los menores.
Érase una vez una niña harta de ser insultada por sus compañeros de clase que decide huir de la escuela. En su camino conoce al heladero, un ser mágico y vital que a través de cuentos, adivinanzas y canciones le devuelve la autoestima que sus compañeros le han hecho perder.
Este es el argumento de la obra A nena que quería navegar, que se presenta esta tarde (18.00 horas) en el Auditorio municipal. Su argumento ficticio parte de una realidad que atemoriza al 10% de los alumnos de entre 5 y 18 años: el acoso escolar. El arte es una de las herramientas que los padres pueden emplear para sensibilizar a los menores sobre este problema, pero no la única.
Alex Sampayo y Borja F. Caamaño han puesto en pie este proyecto, que incluye también un libro, en el que se dan pautas para fortalecer la autoestima de los niños e intentar evitar así que sufran con las agresiones de sus compañeros. La obra está estructurada como una yincana en la que la niña debe ir superando pruebas. «Lo importante no es si las supera o no, sino el propio hecho de superar el miedo a enfrentarse a ellas«, explica la actriz protagonista, Laura Míguez. Además es educadora social, con lo que reconoce que «ya estaba sensibilizada con el tema».
Para construir este relato los creadores contaron con la colaboración de Diana Rodríguez, presidenta de la Asociación Abuso y Maltrato Infantil No.Galicia (AMINO). Gracias al contacto directo con víctimas de acoso escolar y a su profesión de psicóloga elaboró una serie de pautas para que cualquier adulto pueda ayudar a mediar en uno de estos casos. Los propios jóvenes ayudaron a definir las maneras de enfrentarse al problema.
El primer paso para identificar si un niño sufre bullying es observar si hay un cambio en su comportamiento: inhibición emocional, tristeza y o agresividad, regresiones, dolores psicosomáticos (cabeza, estomago), rechazar ir al colegio, si hay pérdida de material escolar y evidencias de agresiones físicas. A partir de aquí Rodríguez recomienda hablar con el niño y «creer las verbalizaciones; si lo cuenta darle las gracias y decirle que lo vamos a proteger».
Por supuesto el centro escolar debe ser partícipe del proceso activando un protocolo de actuación del plan de convivencia, pero también es muy importante dotar al menor de herramientas que le permitan enfrentarse al acosador. Rodríguez detalla que generalmente cuando un niño sufre agresiones físicas o verbales tiene baja autoestima, pocas herramientas para defenderse o ambas cosas a la vez. «Si no le damos importancia o sabemos rebatirlo va a cesar», asevera. Aconseja enseñarle a los niños decir no, tener en el colegio un adulto de referencia que le haga sentirse protegido, «concienciar a los compañeros testigos que no son chivatos si no valientes al proteger a su compañero».
También es importante que sepa gestionar sus sentimientos, así que las familias pueden ayudar a los más pequeños con cuentos sobre las emociones. Se pueden realizar técnicas de relajación y enseñarle a hablarse a si mismo de manera constructiva.
Cuando las agresiones llegan al plano físico Rodríguez defiende que una alternativa es apuntarlo a deportes relacionados con la defensa personal: «Si está ‘atrapado’ y está siendo atacado sin poder escapar debe defenderse físicamente, hay artes marciales como el judo que enseñan a inmovilizar al contrincante».
Es importante trabajar también el entorno en el que suceden las agresiones, el colegio. La psicóloga señala que puede hablarse el problema «directamente» con la clase, «mediante una asamblea de sentimientos o círculo de La Paz con un adulto que oriente la tutoría de manera constructiva».
A veces los niños no son los acosados, sino los acosadores. La experta considera muy importante averiguar las causas que provocan esa agresividad: falta de empatía, llamar la atención, narcisismo, líder destructivo, si puede estar imitando conductas agresivas del hogar… «A los agresores, en caso de ser adolescentes, hay que realizarles una evaluación psicológica exhaustiva para descubrir por qué ha tenido esa conducta. Puede haber una patología detrás o puede haber incluso una víctima de maltrato«, especifica la experta.
Una vez identificado el origen, se debe enseñar al menor a gestionar su frustración e ira en casa mediante «mucho diálogo«. Los padres pueden apoyarse en cuentos emocionales cuando son niños y en las artes y el deporte cuando son adolescentes. También trabajar su empatía enseñándole a hablar «desde el corazón y desde los ojos del otro». Rodríguez recuerda que es importante «darle nuestro apoyo y cariño pero siempre con límites y normas«, recordarle que debe cumplir el papel de hijo.
Desde su experiencia profesional considera que como «la vida no tiene premios ni castigos, tiene consecuencias», lo mejor para corregir su comportamiento es buscar una acción «constructiva que le haga reflexionar y modificar su conducta». Añade que las consecuencias deben ajustarse al perfil del menor así como a la gravedad de sus acciones: «Límites y normas, terapia, acciones de ayuda a los demás en el centro escolar o en su barrio, grupos de ayuda mutua… sería muy recomendable trabajar además siempre con las familias y con el grupo clase».
Fuente: El Faro de Vigo
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